
Perderse entre el paisaje somnoliento y gris de las riberas que tienen tanto que contarnos es un viaje placentero en las tierras gallegas. Los prontos del tiempo que nos sorprenden a la ven que nos deslumbran hacen aún de esa tierra el arca de leyendas y de misterios que siguen deambulantes por calles plazas y caseríos. Los hórreos siguen en pie como centinelas protectores de cosechas y que todavía aún hacen su labor. Las rías susurran el canto de un tiempo que duerme en la levedad de sus brumas y en despertar de sus gentes. No hay recodo en Galia que no sepa a tiempo, a historia, a olores de sus gardenias en flor y del murmullo de sus gaviotas.

La tierra gallega abraza al visitante, a ese peregrino que no desiste en recorrer sus senderos, sus pueblos de pescadores y también su enorme riqueza cultural. Un lugar cercano en el mundo y para el mundo porque más allá de Finisterre gustan hablar de ella.