
La vida es una sucesión de incertidumbres y la inseguridad es inherente a ellas. El hombre no atrae aquello que quiere sino aquello que es. ¿Cuántas veces nos preguntamos porqué el mundo gira en sentido contrario a la razón? Buena pregunta a la que hoy casi no tenemos respuesta exacta. Solo el interés por lo ajeno nos lleva a situaciones traumáticas que dejan una huella imborrable en la memoria de las personas. Queremos tener de todo y procuramos que los demás envidien nuestros tesoros haciendo un alarde de abundancia sin percatarnos de los resultados maliciosos que eso puede generar. ¿Cuántos darían lo que fuese por tener una vaca en su balcón? Asistimos a la obra del «plato vacío» porque ya son muchos los que no pueden acceder a cubrir sus necesidades básicas cada día y sin embargo miramos por el rabillo del ojo para no participar del desánimo de quienes luchan por la supervivencia. No nos damos cuenta de nada o simplemente no queremos que esa nada sea la pesada mochila que tenemos que cargar. Ahora las vacas solo están para aquellos que pueden darles de comer. Los balcones únicamente son accesibles para los que miran desde arriba un mundo que no parece ir con ellos.