
Al caer la tarde el sol se refugia en los parajes más bellos para comprometernos con el día siguiente. Pero entonces ya no será igual porque no hay dos días semejantes ni tampoco dos sentimientos de igual intensidad. Las rocas calizas se apresuran a decirnos adiós, hasta mañana, en las extensas llanuras de la Rioja por donde discurre el vino y desde dónde el olor a barrica se siente muy cercano. Los árboles casi desnudos presagian una entrada del invierno inmediata aunque no lo parezca. La caprichosa naturaleza está ahí para servirnos pero sobretodo para ser servida y reverenciada por el hombre. Mañana el sol volverá a entretejerse entre sus laderas, por sus caminos, que a modo de venas caprichosas harán brotar de la tierra la savia de su existir.