Aparece el «Gigante» como un niño juguetón entre los pinos de la corona forestal del Parque Nacional del Teide. A lo lejos quedan días de un otoño que se desvanece como el sol en el ocaso, pero todavía el cielo se confunde con esa inmensidad inocente de las mañanas de sol. No hay lugar para esconderse porque desde su cima actúa como un calidoscopio frente al mundo y a través de las galaxias. ¡Qué insignificantes somos ante tanta grandeza! Paseos en el monte que nos inician hacia esos senderos a punto de descubrir que ya nos describen horizontes nuevos. Frente a un invierno que prepara su maleta para sorprendernos, las tardes se cierran en sobres de sueños y las mañanas revientan en júbilo cuando vivimos los últimos días de Noviembre que se cansa sobre las nubes y recuesta sus pesados brazos junto a las hogueras. El vino bulle ya en las bodegas a punto del descorche y las castañas se tuestan en hornos improvisados frente a plazas y calles. Las bufandas salen abrazadas a nuestros cuellos y las risas emergen como la luna preparando la llegada de otro invierno.