Mis pies saben perfectamente que soy parte de la tierra y mi sangre es parte del mar… No hay ninguna parte de mí que exista por su cuenta, excepto mi mente, pero en realidad mi mente, es solo un fulgor del sol sobre la superficie de las aguas» D.H. Lawrence.
Tras el viento reojo de la prohibición las estaciones se suceden como la caída de las hojas de los árboles y las lunas con sus cielos de octubre. Detrás de todo está la verdad que se intuye o no pero la gran verdad de las cosas subyace a pesar de los contratiempos y los resquemores. Nada se escapa al resurgir de las mañanas del otoño ni tampoco a los ojos ya cansados de sus noches. Octubre, deleite del sol y remanso de poetas. décimo mes del año que abre sus fauces para tragarse lo bello de este mundo y luego descansa sobre la mullía almohada de las hojas. Perezoso octubre y a la vez repleto de estrofas casi rimar porque son tantas sus sensaciones que no hay tiempo para abarcar tanta belleza. Octubre plafón del cielo azul que enarbolas las cabelleras de oro de los pájaros y de las nubes convertidas en rizomas de luna. Los olvidos se terminan en las tardes amarillas del otoño y la fina lluvia se rompe contra un sol de enigmas y de encuentros. Ahora, sobre el verde césped los árboles me hablan y el añil de su rúbrica me inspira tanta melancolía bajo el divino poema de su silencio.