Arrebol

Crepúsculo en playa de Las Canteras de Las Palmas de Gran Canaria./HANAH VALENTÍN

Crepúsculo en playa de Las Canteras de Las Palmas de Gran Canaria./HANAH VALENTÍN

Julio ha entrado como siempre, despacio, remolón y lleno de incógnitas. Igual que un joven de carnes bronceadas por el sol, con sus cabellos coronados de espigas y que  la historia nos recuerda a Julio César al cual debe su nombre. Arrebol de luces que tiñe de rojo las nubes. Tras un sol que en su decadencia enarbola a ese león que lleva dentro. La abrupta sintonía de esos grados del termómetro que se desbocan y se funden entre las esperanzas del agua que rezuma de las fuentes. Las esquinas de las tardes se matizan con olas de verde mar y la sal se posa en el filo de los labios del viento. Julio de mirada intensa y de mil razones para salir, descubrir e inmortalizar escenas que después quedarán plasmadas en el álbum de los recuerdos o simplemente en una libreta vieja que nos acompaña en el viaje a alguna parte. Días de estío donde lo imposible se hace camino y lo probable se entreteje  en las sábanas del tiempo como un arrebol de luces a la caída de la tarde.

Pájaros de algodón

HANAH VALENTÍN

HANAH VALENTÍN

La capacidad de sorprenderse del ser humano no conoce barreras ni matices. Todo surge frente a nosotros en el momento menos inesperado. Tarde de junio me quedo atrapada en un cielo incierto todavía ya que el verano apenas estrenado no se define aún con la climatología. De repente unos pájaros de algodón surcan el inmenso cielo azul. A través de la ventana me elevo con ellos es esa magia inexplicable donde el corazón no conoce límites y las sensaciones carecen de misterio. Alados elevan sus picos como saetas  que sube tratando de fundirse en esa perfección del infinito que, aún desde la imaginación se suscribe en la aventura más maravillosa que el ser humano puede vivir.