Hay que ser atrevido o tener la cabeza bien desnortada como para tirarse al vacío sin red ni protección. Al final todo puede quedar en un espectáculo más que en una heroicidad. España y Europa están a la expectativa de que ese «ángel» se lance a lo que cree que es la verdad, sin condicionamiento y sin resquemor. Vamos a por ello y aunque nos cueste la vida lo haremos. Pero también hay que ponerse en la otra esquina del escenario y encontrar la numerosas razones o sinrazones que le impulsan a hacer tal barbaridad. La pasividad es como esa parálisis que muchos utilizan bien para hacerse crecer, bien para demostrar que eres más listo que Caín o sencillamente por dar la contraria hasta el momento límite. Como los suicidas de las carreteras que se excitan filmando ese límite donde confluyen la vida y la muerte. Tristemente la mayor parte de esas aventuras terminan en un desenlace fatal o casi. No hay que ser tan necio como para no saber donde hay que poner el freno. Siempre puede haber ese pelo volando, ese tornillo suelto o esa distracción que nos llevará irremediablemente al choque final. Por un instante hay que pensar en los demás y no solo acariciarnos nuestro propio ombligo. Pero la suerte está echada cuando nos decidimos irrevocablemente a lanzarnos al vacío sin protección ni diálogo. Y más aún añadiría yo modestamente desde mi perspectiva de «gigante silencioso» ¿El que quede de esta contienda vivirá tranquilo con su decisión? No sé que es peor y ojalá no haya que lamentarse de las decisiones no- tomadas a tiempo.