Julio ha entrado como siempre, despacio, remolón y lleno de incógnitas. Igual que un joven de carnes bronceadas por el sol, con sus cabellos coronados de espigas y que la historia nos recuerda a Julio César al cual debe su nombre. Arrebol de luces que tiñe de rojo las nubes. Tras un sol que en su decadencia enarbola a ese león que lleva dentro. La abrupta sintonía de esos grados del termómetro que se desbocan y se funden entre las esperanzas del agua que rezuma de las fuentes. Las esquinas de las tardes se matizan con olas de verde mar y la sal se posa en el filo de los labios del viento. Julio de mirada intensa y de mil razones para salir, descubrir e inmortalizar escenas que después quedarán plasmadas en el álbum de los recuerdos o simplemente en una libreta vieja que nos acompaña en el viaje a alguna parte. Días de estío donde lo imposible se hace camino y lo probable se entreteje en las sábanas del tiempo como un arrebol de luces a la caída de la tarde.