Quizás esté jugando con ventaja a la hora de describir mi paseo sabatino pero lo cierto es que el mar ha sido mi musa y la luna mi leyenda. Perderse por aquel sendero que tanto había contemplado desde la montaña me pareció la conquista de un sueño. Punta del Hidalgo duerme a escondidas del bullicio, la contaminación y la invasión de los veraneantes. Allí transcurre ese tiempo no perdido que tanto buscamos cuando filosofamos de cosas hermosas. Frente a las impresionantes montañas del macizo de Anaga como testigos, recogí entre mis manos la espuma de un mar un paisaje casi virginal donde las huellas se pierden pero las costa de Tenerife parecen abrazarse sobre el océano. Con su faro y sus calas los acantilados sucumben a la mirada del viaje que busca, en el horizonte, perderse sobre las alas de alguna gaviota.