El aprendizaje es el proceso por el cual se adquieren o modifican habilidades, destrezas, conocimientos, conductas o valores, como resultado del estudio, la experiencia, la instrucción y la observación. Aprendemos pensando y la calidad del resultado está determinada por la calidad de nuestros pensamientos. Hacer leña del árbol caído no es una virtud, es una indecencia y hoy sucede muy a menudo. Intentar hundir al adversario con dolientes recuerdos es la suma de una gran cantidad de inseguridades avaladas por los celos y la soberbia. Los días son iguales para todos y las oportunidades están para quienes las encuentran. Nadie es dueño de nadie y en todos esta la señal de avanzar, solo que muchos no la aprecian. Pero la vida no te da nada sin recibir a cambio. Todo sucede porque debe suceder y por mucho que tratemos de evitarlo pasa. No hay chicos ni grandes. Listos ni tontos siempre tendremos algo que aprender del adversario a pesar de que eso no reconcoma. Esas personas fronterizas, cortas que nada ni nadie pueden demostrar algo distinto a ellos son a los que primero el «boomerang » de la vida les dará de lleno. Ya de nada sirve bajar la cabeza a la hora de rendir cuentas. El daño está hecho, tanto hacia quienes han sido víctimas de sus tropelías como hacia ellos mismos, porque su dignidad nos dejará ya mucho que desear. Las palabras se las llevará el viento pero los hechos quedan grabados a fuego en la cuna del tiempo y de la historia.
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indigencia intelectual
La verborrea es una afición que se extiende sin mediar un ápice de cordura en ella, y sin al menos dignarse a una pequeña revisión de los términos a los que se hace referencia. Cuantas soeces escuchamos a lo largo del día en todos los medios y como si de un manuscrito se tratara se llegan a tomar al pie de la letra. Palabras redundantes que hacen del mensaje algo lleno de sentido, cuando en la gran mayoría de las declaraciones se trata de una reiteración, un insulto y tal vez una especie de monólogo que a nadie le interesa. Estamos cansados de tanta charlatanería barata. ¿Dónde están los eruditos que saben darle a cada frase su tono y a cada tono su correcto significado? Sí, señores hoy todo el mundo escribe un libro y para más inri se hace de oro, pero ¿realmente lo escriben ellos o no? Salen como rosquillas de las grandes editoriales y apenas se hace la presentación ya se prepara una segunda edición. ¡Nos hemos vuelto locos o tal vez el inmenso vacío que sentimos por nuestra condición humana cada vez más aislada no encontremos otro entretenimiento que ventilar nuestras miserias! La indigencia intelectual que brota de nuestras palabras cae en el efímero contexto de una sociedad sin sentido y huérfana de afecto, relación, ilusión y otros quebrantos que solo agudizan el freno hacia lo que debería ser nuestro proyecto futuro en la hoja de ruta de este nuevo milenio.
El latido de un país
«Si soy lo que tengo y si lo que tengo pierdo, entonces ¿quién soy?» El pulso de un país se toma por el bienestar de sus habitantes Es un mecanismo igual al del cuerpo humano que si lo aceleras le produces reacciones contraproducentes para la salud y si lo dejas morir por inanición lo pierdes. Una toma de decisión debe ser importante siempre, sabiendo los pros y los contras que eso conlleva. No se puede ser bueno cuando ves que las personas ya no se fijan en ti. Nuestra frenética vida nos impide disfrutar y echar raíces en el mundo de lo pequeño, lo hermoso, lo vivo. La encrucijada política que vemos a diario se ha convertido en el culebrón de todos los gobiernos. La dignidad de las personas se desvirtúa con hechos vandálicos y los tribunales dan carpetazo o se pronuncian en tiempos ilimitados. Nos miramos en el corazón de África y tratamos de reorganizar un país que necesita ayuda, pero el nuestro también. Ayudamos al vecino y mientras en nuestras calles se respira desolación y mal rollo. Son demasiadas meteduras de pata de unos para no hacernos ver lo que tenemos que ver. Las personas cambian cuando se dan cuenta del potencial que tienen para modificar las cosas. Hay que conectar con nuestra verdad y sentir como nos proporciona la fuerza necesaria para salir adelante. Dejémonos influir por el lenguaje de la maravilla. Ese lenguaje que los niños con su ilusión, no solo sienten nuestra dolor sino que intentan hacer algo por evitarlo. No rechaces tus sueños. Sin ilusión ¿el mundo que sería? Hagamos que nuestros gobernantes entren en sus juegos por un día, nada más. La mayoría de ellos cree que están pensando cuando en realidad lo que hacen es recordar sus prejuicios y así no se llega a ninguna parte.
El hombre que sabía demasiado
«El hombre se hace viejo muy pronto y sabio demasiado tarde» . Toda nuestra vida nos la pasamos aprendiendo y no nos damos cuenta de ello. El enunciado de este artículo podría transportarnos a 1934 cuando se estrenaba la famosa película de Albert Hitchcock. En el siglo que nos ha tocado vivir nos encontramos con muchos hombres que saben demasiado o por lo menos nos lo hacen creer. ¿No será que el hombre, en su condición de animal racional se cree muy superior a los de su especie? Cuántos habrá que saben más que nosotros y sin embargo no nos lo dicen ni alardean de sus sabiduría. La realidad supera más de mil veces la ficción y sea el siglo que sea siempre nos tropezamos con los cásicos «enteraos» que nos intentan confundir. Quizás jamás encontremos las causas para encauzar esa sapiencia que todos poseemos y que muy pocos desarrollamos. Saber hablar, ,escuchar, saber reprender existe porque también existen muchas formas de saber, pero por encima de todo, una persona es sabia cuando es humilde. Debates, riñas, trifulcas que no conducen a nada sino a darnos cuenta de lo poco que sabemos. ¿Quién sabe mejor que nosotros lo que cada uno de nosotros sabe? Ahí está el enigma y la cuestión, porque saber no es gritar más. No existe el hombre que sepa demasiado ya que la vida es puro aprendizaje. Creérselo es un problema porque a la larga el que va detrás de ti podría tener la solución. ¡Humildad señores! Esa es la respuesta con la que nos hemos topado.
A la altura de la historia
La altura de una nación se mide por la forma de gestionar, mantener y hacer valer sus principios, su historia o su forma de valorar las situaciones por el bien común de sus ciudadanos. La nuestra, nuestra nación se está viendo cuestionada por muchos rincones que, por descuido o por exceso, están convirtiéndose en las armas arrojadizas que hacen peligrar la estabilidad. No vale hace toda la tarea la víspera del examen sino hacerla según se van presentado los problemas. Hacienda, nuestra economía y nuestras leyes vienen desde hace tiempo siendo las hermanas menores de un proyecto común que se llama España porque nuestros gobernantes han dado prioridad a nuestra imagen exterior descuidando lo que realmente se cuece en nuestra propia casa. Nadie, ningún país nos dará nada a cambio por muy bonito que nos pinten o por muy buenos resultados que nos pronostiquen en las encuestas. Hay una frase manida en estos días que corre de boca en boca «España no es Grecia», no, naturalmente que no. España es España y como tal hay que dejarla a la altura de nuestro tiempo. No de tiempos pasados, de cuyos cimientos podemos estar orgullosos, sino dándole la relevancia que tiene, que ha tenido y por supuesto que debe tener. No es cuestión de rasgarnos las vestiduras por ello, solamente organizar lo nuestro y no permitir que otros nos lo organicen. Porque si nos dormimos en los laureles pueden quitárnoslo todo y entonces «¡a escupir al barranco!».