La altura de una nación se mide por la forma de gestionar, mantener y hacer valer sus principios, su historia o su forma de valorar las situaciones por el bien común de sus ciudadanos. La nuestra, nuestra nación se está viendo cuestionada por muchos rincones que, por descuido o por exceso, están convirtiéndose en las armas arrojadizas que hacen peligrar la estabilidad. No vale hace toda la tarea la víspera del examen sino hacerla según se van presentado los problemas. Hacienda, nuestra economía y nuestras leyes vienen desde hace tiempo siendo las hermanas menores de un proyecto común que se llama España porque nuestros gobernantes han dado prioridad a nuestra imagen exterior descuidando lo que realmente se cuece en nuestra propia casa. Nadie, ningún país nos dará nada a cambio por muy bonito que nos pinten o por muy buenos resultados que nos pronostiquen en las encuestas. Hay una frase manida en estos días que corre de boca en boca «España no es Grecia», no, naturalmente que no. España es España y como tal hay que dejarla a la altura de nuestro tiempo. No de tiempos pasados, de cuyos cimientos podemos estar orgullosos, sino dándole la relevancia que tiene, que ha tenido y por supuesto que debe tener. No es cuestión de rasgarnos las vestiduras por ello, solamente organizar lo nuestro y no permitir que otros nos lo organicen. Porque si nos dormimos en los laureles pueden quitárnoslo todo y entonces «¡a escupir al barranco!».