Entre el humo de la larga noche

Son muy frías las noches de la guerra, sobre todo para aquellos que no tienen  culpa de lo que sucede.  Cuando el hombre gusta de producir miedo y desolación lo hace como el que más. Ese gigante que avanza con los pies de plomo y las manos de sangre pisando fuerte y sin control. ¿Dónde están tus mandatarios que no se mojan en este encierro? Nada es permanente excepto el cambio y ese cambio no vendrá mientras el hombre no sepa como hacerlo.  En un mundo de estructuras caducas y rancias  que están en decadencia la falta de imaginación es la premisa más importante para cambiar.  La biografía de un país  es su gran proyecto pero las guerras son como la carcoma que los deshace  no pudiendo evadirse te tanta maldad. Enviamos satélites al espacio, creamos seres en los laboratorios y no somos capaces de decir ¡BASTA! a tanta barbarie. Las ideas convergentes de los más poderosos se cruzan por encima de los débiles para hacerse con sus ganancia. La miseria irrumpe por las vidas de las asustadas familias que deambulan entre el humo de las largas noches ahuyentando a niños, mujeres y ancianos. Se toca a guerra lo mismo que si se tocara a fiesta, ya nada importa porque ni la vida tiene valor. Las alas de los pájaros están heridas ante la confusión y los remansos de los ríos oscurecen su brillos por la tristeza. Sí, son muy frías las noches del invierno y el humo ciega nuestros ojos. En el reducto de una utópica «paz» las altas esferas siguen el juego de poder, mientras los pies descalzos de los niños tropiezan con la tope y enfermiza mente de muchos hombres.

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