
A veces nos parece tener opción a acaparar aquello que no tiene límites y sin embargo no somos capaces de recrearnos en su abundancia y en su diálogo. La talasofilia y la tasalomanía son conceptos que nos invaden de manera positiva y que tienen como protagonista el mar. Pero en ese apartado personal en el cual cada uno de nosotros podemos recrearnos y favorecernos en la contemplación del mismo hay que distingir que son tres los sonidos de la naturaleza. El sonido de la lluvia, el sonido del viento en primavera y el sonido del mar abierto en una playa, según escribiría Henry Baston. La inmensidad aparece en todos esos sonidos que nos convierten aunque no nos demos cuenta de ello en sus más fieles observadores. Escuchamos al viento pero también lo sentimos en nuestro rostro. Al ver a la lluvia deslizarse por los cristales o cubrir el asfalto bajo nuestros pies nos deja apreciar su húmeda presencia y al mirar al mar chocando contra las piedras nuestros pulmones se inundan de su aroma a la vez que nos hace partícipe de su magico sonido. Escuchar y sentir dos maneras de disfrutar de esa inmensidad a la que todos estamos invitados con respeto y admiración.