
Recorrer el camino es avanzar, siempre que nuestros pasos sientan ese camino. Hay muchos que hacen camino sin apenas saber por donde han pisado. Esa es la escusa de aquellos que intentan comerse el mundo y jamás han salido del vestíbulo de sus casas. Arrebatar la ilusión a otros no es hacer camino, es enterrarse más y más en su propio lodo hasta que se hunda en él. Serpenteando por pueblos, parques y campiñas estuve haciendo camino. No me tracé una ruta específica porque me gusta improvisar, salir de la monotonía y encontrarme con esas sorpresas que te regala de vez en cuando tu aventura personal. Salir del vestíbulo de mi casa y encontrar ese mundo tan igual al mío y sin embargo tan distinto. Igual que una lección nueva que te proporciona grandes enseñanzas. Haciendo el camino recibí la lluvia y casi me empape con ella pero fue enriquecedor porque me servía, una vez más, de limpieza y de renacer. Sobre las cansadas hoja marchitas del parque de la Alameda dejé muchas historias y tejí otras nuevas en este otoño atípico que vivimos y no conseguimos acostumbrarnos. El olor a lluvia y humedad me servían para trazar nuevas aventuras y encontrarme con otros mundos. Porque desde Finisterre podemos llegar mucho más lejos. Si hacemos camino.