
Nos acostumbramos a mirar al otro como nuestro enemigo y a veces la vida nos da una lección ejemplar de que estábamos equivocados. Hoy los árboles, los grandes árboles siguen cayendo aunque nos parezca mentira. Las falsas historias y las acusaciones provocadas porque no aceptamos que nos digan lo que somos capaces de hacer se están convirtiendo en la relación del hombre con el hombre, de la mujer con la mujer y de los intereses creados hasta que conseguimos nuestro fin. Qué sucia combinación para lograr una estabilidad emocional que nos afectará a nosotros y a todo nuestro entorno. Y lo más dramático es que a nuestros descendientes más directos les tatuaremos de por vida nuestras disciplinas incorrectas. La ola de la vida sube y baja pero jamás pierde su orientación hacia el naciente y su reflexión hacia el poniente y es que en cada unos de ellos se va rubricando nuestra personal historia. El que juega con fuego termina por quemarse y aunque pasen cien años la verdad reverdece como el árbol. En su entorno se ha ido trasfigurando pero no ha dejado de expulsar su aliento. Hay historias que se escriben y otras que las escribimos nosotros mismos pero hay que tener cuidado pues el pulso falla en algún momento a pesar de nuestra sobrada experiencia. Paseo por el parque a diario y me encuentro con esos árboles caídos que llaman mi atención. Busco en su sombra la verdad de su misterio y hasta me atrevo a crear hilos de esperanza con los brotes verdes que asoman desde el tronco en busca del sol.