
La sumisión menos comprensible y más tóxica es la claudicación del libre pensamiento. La sumisión y la tolerancia no es el camino moral, pero sí con frecuencia el más cómodo. Si un pueblo no persuade y demuestra a aquellos que hacen del poder su victoria traerá mucho daño. Estamos en los cauces de un río que fluye sin timón arrastrando todo aquello que molesta. Paralelos a esto hacemos de nuestra existencia un caminar contracorriente y cada vez más infrahumano. ¿Qué pasa entonces? Seguir bajando la cabeza es una opción cómoda que nos permite continuar en ese sillón de aparente tranquilidad al que nos hemos amoldado como un programa de no retorno. Dejando pasar las cortinas de humo que a diario intentan embobecer nuestra curiosidad. No es de de justos. Las corralas que se escenifican en cada acto del Congreso de los Diputados nos muestran el calibre de quienes intentan hacernos más sumisos cada día. ¿No lo estamos viendo? Creo que las palabras sobran y cerraré este comentario con una poesía que realmente lo define.
«Tú lastimas la piel de su pobreza
con promesas de azul amanecer
que convencen su sed de florecer
y alimentan los sueños de grandeza.
Con su voto construyes tu proeza
pueblo suicida que olvidó su ayer
y te entrega de nuevo aquel poder
con alegre ignorancia cual flaqueza-
Pero quién salvará a mi pueblo bello?
resulta igual mirar a cada lado
pues solo veo pura corrupción. (José L. Calderón)