
Siempre hay un momento que nos marca y nos condiciona. Tenemos que aceptarlo porque de lo contrario nuestra existencia sería una carrera de obstáculos que no nos dejaría avanzar. La libertad sin responsabilidad es destructiva para uno mismo y para los demás. Nos convertimos en los amos sin apenas comprender el problema y sin experimentar las consecuencias de nuestras decisiones. Es muy difícil la cura en ciudades donde todos corren. Nuestra actitud es mucho más importante que el lugar donde estemos. También sabemos que el ser humano no es nuestro enemigo. Nuestros enemigos son la ignorancia y el odio. ¿Por qué tendremos que atravesar tantas pruebas antes de darnos cuenta de todo esto? La guerra lo destruye todo en un minuto. La guerra no respeta la vida ni las tradiciones. Y, lo peor de todo, la guerra destruye la esperanza. ¿No existe una hora de la verdad para todo el planeta o todavía creemos que a palos la letra entra? A las personas les es muy difícil soltar el sufrimiento al que están aferrados. Se prefiere sufrir antes de enfrentarse a lo desconocido por miedo a perder. Pero ¿perder qué? Estamos vacíos de un yo separado y cada día esa separación se abra más bajo nuestros pies. Compartir las ansiedades e incertidumbres de los demás nos hará comprender la situación para que surja la consciencia. El hombre ha pasado de la escucha a la violencia. Del rencor a la soledad ya que vive encerrado en sí mismo en un falso caparazón. La hora de la verdad puede ser hoy o tal vez fue ayer pero lo cierto es que el tiempo corre como la arena y la vida es tan efímera como el agua que se escurre entre nuestras manos.