
En este planeta soterrado a las viejas costumbres, a las malas gestiones y al ansia de conquistar no podemos esperar otra cosa. Nos duele y mucho ya que las naciones no son justas con sus compromisos ni tampoco humanizadas con los derechos de sus habitantes. Cuando todo fluye de manera ostentosa sin un ápice de justicia y humanidad el río de la vida se desparrama como agua sin control. El siglo de los derechos humanos quedó aciago frente a las conductas destructivas de los gobiernos que una vez más elaboran sádicas leyes de colores de destrucción. Y todo vale en este siglo donde cada día se elaboran más y más normas y decretos con un solo fin, «destruir». La libertad pasó de largo y está pasando de largo por muchos lugares en los que la espesa memoria de aquellos que inventan para no pedir perdón crean barreras de acero entre los pueblos y su destino. El el avance y la producción se elaboren siempre a la medida de quienes se convierten en amos sin tener apenas la mayoría de edad. Esa libertad que hoy por hoy se arrodilla frente al chantaje y se desvincula de todo acontecer justo porque todavía el hombre no se despierta lo suficiente para conquistarla. ¿De qué tiene miedo el hombre? Tal vez nos hemos acostumbrado a que nadie nos respete. O por el contrario cada día más nos hacemos cómplices de esos cazadores de la libertad.