Vida y libertad

Hay que partir de la hoy indiscutida e indiscutible premisa de que se trata del derecho más originario y primario del hombre. El derecho a la vida es inherente a la persona humana. La dignidad de la persona se funde en su ser. Es un «quién» y no un «qué». Lo es siempre, desde el momento de su nacimiento hasta el momento de su muerte. Es un ser para la eternidad y su valor no depende esencialmente de lo que tiene sino de lo que es. El movimiento migratorio que sufre nuestro país y más especialmente en Canarias está poniendo al hombre como un ser molesto, invasor de nuestra tierra y de nuestro futuro aún a sabiendas de que en la historia de nuestro país los movimientos migratorios fueron el escape y el futuro de varias generaciones. Dos mares unidos en un punto en común se convierten hoy testigos mudos de muchas vidas que se pierden en sus aguas o que a duras penas logran abrazar un trozo de tierra segura. La libertad del hombre a moverse en busca de un futuro es ahora mismo el yugo que la sociedad impone mucho antes de zarpar en esas barcas que muy pocas veces llegan a su destino. Las mafias oportunistas que viven de la sangre del que huye se vanaglorian de sus hazañas creando caminos inciertos sin visión de un futuro mejor. No queremos mirar y sin embargo todo pasa frente a nuestros ojos para llegar a hacernos más cómplices de ese éxodo que cubre gran parte de nuestro planeta. El mar escribe historias aunque jamás lleguen a tierra. En su esperanza se funden si es posible las manos amigas que se les tiende aunque nunca lleguemos a ser lo suficientemente valientes para ponernos en un cayuco frágil y sucio y salir al océano en busca de una nueva vida y libertad.

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