Los momentos de nuestra vida son como gotas de agua sobre una hoja. Se escurren y se deshacen frente a nuestros ojos. Nada podemos hacer por atraparlos para siempre. Nos quedamos impávidos en ese instante mientras que el circular de los segundo continúa a nuestro lado haciendo que todo pase. Como carros nos ponemos en marcha para conseguir recuperar lo perdido en alguna estación olvidada del tiempo, pero ignoramos que los minúsculos instantes que nos separan de ello están ya a muchos años luz de nosotros. Renovar nuestra fuerza en cada instante y no perderse en mirar a los demás. Con la seguridad del atleta que avanza a grandes pasos y con su mirada puesta en la meta. Lo demás viene por añadidura. La lucha encarnizada por el poder es una falacia cuando nuestro convencimiento de ello solo alberga entresijos, manipulación y normas solapadas. La rueda del mundo gira sin cesar. No repara en gastos, en miradas ni tampoco en personas porque el fin es solo y para todos el mismo; llegar a la meta. De cómo sean las circunstancias o como sepamos superarlas es únicamente la razón y el resultado de un trabajo bien hecho.