Las dos palomas miraban al mar. Un mar en gris de los últimos días de junio. Frío y ausente estaba el sol sobre los acantilados de Martianez en el Puerto de la Cruz. Llevado sobre sus alas infinitas noches y un cesto de ilusiones a través del mar. Como las gaviotas, emulaban un viaje sobre la espuma caprichosa de ese día que festoneaba la orilla como un encaje a los borden de sus propios sueños.
Entre azul mar y roca negra se entreteje el mensaje de las olas, el silabar del viento y las bocanadas de sal que emergen desde el fondo. Después de pasar un largo rato frente al océano las dos palomas partieron en un viaje hacia el infinito y el espejo de fantasía que ellas habían creado para mí se desvaneció sutilmente ante mis ojos. El mar seguía en gris, frío y alejado de todo el bullicio de una ciudad que continuaba disfrutando de su pase por San Telmo.