Seamos agradecidos con las personas que nos enseñan desde el comienzo de nuestras vidas, ellos son los jardineros que hacen florecer a nuestra alma. Los recuerdos comunes son a veces los más pacificadores. En nuestros primeros pasos, en esas primeras experiencias será donde se asiente la naturaleza de nuestra esencia más íntima. Los que están a nuestro lado plantarán esa semilla del descubrir y desde esa temprana edad se irán fortaleciendo nuestros lazos frente al mundo, se construirán nuestras bases del aprendizaje y sobre todo se crearán esos horizontes tan lejanos cuando somos pequeños y nos parecerán inalcanzables. La constancia es un don y nuestros diminutos pasos irán haciéndose en las huella de nuestro crecimiento. Los niños se ven reflejados en los ojos de aquellos que les dan la mano y les descubren el mundo con todas sus circunstancias. Luego será el niño el que decida por si mismo.