La vida es breve, el arte es largo, la ocasión fugaz, el experimento peligroso y el juicio difícil. En las autopistas de esa luz se reflejan nuestros pasos, nuestras intenciones y nuestros descubrimientos. Pero siempre permanecemos solapados bajo es protección de cristal que con un solo soplo puede romperse. Igual que si cabalgásemos sobre caballos de cartón y no nos diéramos cuenta de que a veces el trotar se hace peligroso, para después bajarnos de él y chapotear sobre las charcas de lluvia intentando pisar a las estrellas que allí se reflejan. Como si de un órgano inmenso se tratase deseamos difundir con nuestras manos todos los sonidos que a través de esa luz nos complacen y nos emborrachan, conformado un pentagrama con los latidos de nuestro corazón. Después al llegar arriba nos encontramos con la sinfonía, acabada o no, de nuestra propia existencia.