Revoloteas en el mariposario como un alma presa y aún así tu pacífica belleza enaltece más aún tu hermosura. Días de un incipiente otoño en la Ciudad de Las Artes y La Ciencia de la ciudad del Turia, cuando las tardes se resisten a marchar y su Albufera enmarca la decadencia del sol cansado de septiembre. Nacerán nuevas auroras y morirán sueños entre los campos de naranjos y azahar. Junto a la brisa perfumada de la ausencia y junto a las huellas de una infancia en la retina observo curiosa a mis mariposas.
La mariposa volotea
y arde con el sol a veces.
Mancha, volante y llamarada,
ahora se queda parada
sobre una hoja que la mece.
Me decían; no tienes nada.
No estás enfermo; te parece.
Yo tampoco decía nada,
y pasó el tiempo de las mieses.
Hoy una mano de congoja
llena de otoño el horizonte,
y hasta de mi alma caen hojas.
Me decían; no tienes nada,
no estás enfermo, te parece.
Era la hora de las espigas,
el sol ahora ,
convalece.
Todo se va en la vida, amigos,
se va o perece.
Se va la rosa que desatas.
También la boca que te bese.
El agua, la sombra y el vaso.
Se va o perece.
Pasó la hora de la espiga.
El sol ahora convalece.
Su lengua tibia me rodea.
También me dice: te parece.
La mariposa volotea,
revolotea,
y desaparece.