Vicisitud, término que deriva del vocablo «vicissitüdo» se refiere al orden disyuntivo o periódico de algunas cosas. También es una alternancia que se produce entre eventos positivos y negativos a lo largo del tiempo. Hechos o sucesos que pueden generar diferentes consideraciones o evoluciones. La vida se compone de ellas, cada una con distinto índole y muchas de las cuales no se pueden prever. Los acontecimientos a los que se está enfrentando la nación podríamos llamarlos así pero lo cierto es que el tiempo ha jugado un papel fundamental en todo este proceso y ahora las cosas ya han adquirido mucha más solidez. Un compendio de razones desestructuradas y de estructuras mal concebidas que van haciendo abanico y abriéndose hasta dimensiones fuera de todo contexto. El peso de esta manifestación discordante y casi diría yo absurda es el comienzo de una nueva etapa que no conocemos pero que podemos intuir se avecina gris y soterrada. La situación actual no permite meros observadores de las luchas ajenas. Se trata de un firme llamamiento a la responsabilidad personal y social. La gente usa la política no solo para promover sus intereses sino para definir su identidad. Hay que saber quienes somos para saber quienes somos. En esta época de crisis instrumentales hay que saber ir más allá y mirar hacia delante donde el peso de la razón y no los intereses políticos y económicos nos amordacen y nos conviertan en esclavos de nuestras propias decisiones.