No al derribo, no a la fragmentación y menos aún al odio malintencionado que hoy escupimos a quienes no están de nuestro lado. La bajeza humana es atroz a la hora de hacer daño. ¿Y para qué? ¿Sabemos positivamente que somos los iluminados de esa panacea que todo lo resuelve y que todo lo crea? Qué lejanos estamos de la realidad y que torpes somos al pensar que han que se han de cerrar puentes y aislarse del por la simple idea de esas «ideas malversadoras» que solo están fecundando las semillas del futuro. Los niños no entienden pero si ven y comprenden a su manera la cosas. A la larga le darán su propia opinión y cuando sean mayores estarán tan contaminados de esos prejuicios, rencores y maldad que será bien difícil borrar de sus adentros lo que han ido absorbiendo. Somos tan ineptos a la hora de enseñar que no somos capaces de pensar en ese daño productivo que estamos vinculando en las escuelas y también el las familias. El pasado se escribe desde ayer en nuestra historia y no desaparecerá con el tiempo. Quedará ahí en los anales de la historia y tal vez un día nos demos de cabezazos por haber sido capaces de destruir y de cerrar puentes de diálogo, ríos de sabiduría y cielos de tranquilidad. No merecemos lo que tenemos porque en nosotros está instalada la desidia, el odio y la amargura y con esas bazas caminaremos un trecho bastante corto.