La pérdida de sentido y de significado de la vida, la frustración existencial y el vacío de valores son el producto de la enfermedad de nuestra época. El desborde de adicciones y de comportamientos compulsivos, suicidios y depresiones, son un fiel reflejo de la frustración en esa voluntad de sentido. En la vida no hay que preguntarse, hay que responderse y la realización de valores es una de las posibilidades más altas de sentido. Estamos anclados, no en conocimientos o aptitudes específicos sino en nuestra capacidad de pensar, de tomas decisiones propias, aprender y perseverar frente a las dificultades que son cuestión de proceso y no de contenido. La forma de calzar de cada uno demuestra la manera de ser de cada persona. No somos conscientes pero observamos a los jóvenes salir fuera en busca de futuro, ¿por qué? Cortapisas incoherentes, proyectos archivados, reformas no consensuadas ciegan el progreso de una nación haciéndola vulnerable y pobre. La mano que hoy mece nuestra cuna continúa su labor al margen de la vida, el bienestar social y la capacidad de un país que, teniéndolo todo, se halla en un estado de hibernación alarmante. Tal vez no encontremos ningún cruce en ese camino para dar marcha atrás; solamente con una toma de conciencia del rumbo de nuestros pasos.
Texto publicado el 23-2-2011 en el periódico El Día de Tenerife, todavía la toma de conciencia está por producirse y seguimos dando palos de ciego con nuestros errores.