La obra más bella que la vida nos puede ofrecer es el despertar. No existe nada tan puro como algo que nace para nosotros. Sin intermediarios que lo condicionen y sin esa búsqueda de significado que hace que todo desaparezca. Es esa magia que late al unísono de la complejidad de la vida y la tranquilidad de la muerte. Como una sinfonía en la que todo cabe dentro de ella y ninguno de sus diminutos momentos está por demás. Todo va evolucionando cuando «aprendemos a despertar». A mirar sin transferir nuestros pensamientos dejando que ellos mismos evolucionen a la par de ese misterio. Buscar la semilla del triunfo en cada adversidad y remontar con la ilusión ese obstáculo que tras un nuevo despertar amanece para nosotros. Estamos dormidos tan profundamente que apenas disfrutamos de aquello que está ahí.