
Cuando el árbol no te deja ver el monte para que la vida se vuelve posible. Pero si tratamos de observar más allá de su sombra el día amanece y la esperanza se posiciona. Más allá de nuestras manos existe un mundo que nos reclama y una voz que nos instiga para intentar verbalizar esa cadena de diálogo mediante el cuál podamos crear un estado de calma que organize lo que está roto. Que abrillante lo que se ha ido estropeando con la ira del hombre y sobre todo que cualifique ese poder que el hombre tiene para no actuar simpre con violencia sino con la palabra. Más allá de nuestras manos está la sabia paciencia de no tener que coger un arma para lograr un fin a costa de vidas humanas. Mientras sigamos mirando solamente el árbol nuestra actitud seguirá frustrando esperanzas y mutilando deseos. Nadie quiere extender hoy sus manos. Quizás el interés sea mayor que la dignidad y por eso nos volvemos recelosos. Cuando deseemos hacer algo, hagámoslo, no esperemos a que las circunstancias nos sean favorables. Ese intervalo de tiempo entre la razón y el interés puede hacer que nos cambie la vida de inmediato. El problema de mirar al pasado muy a menudo es que un día volvemos la cabeza al futuro y descubrimos que ha huído definitivamente. Ningún minuto es igual.