
Algún día la Humanidad se reirá de todo aquello que sin juzgar ni evaluar se convirtió en la improvisación de una ideas preconcebidas produciendo discriminación entre los seres humanos.Nos desenvolvemos entre incómodos encuentros creados por nosotros mismos para convertir al mundo en un juez imparable frente a aquello que no nos gusta o nos da temor. Entre las heridas de la memoria que un día no cicatrizaron vuelven a brotar sinsabores y rencillas que aislan cada vez más al hombre de sí mismo. Vivimos una crisis de valores de dimensiones estratosféricas y aún así seguimos cuestionando esa aversión a los opuestos sin causa justificada. Frente a ese imperativo moral que tanto gusta a la sociedad pasear por el mundo se esconden desórdenes educativos que fomentan una mayor crispación y rechazo. Estamos en esa zona cero de la civilización porque todavía no hemos sido capaces de salir de ella. Atrapados en ideas y manupulados por las mismas ese avanzce no se produce y cada vez más el poderoso ríe del que no tiene nada. Las culpas se revierten a los demás y jamás nos consideramos culpables de nuestros actos. Hoy el imperativo moral subyace bajo las esferas del poder y niega todo aquello que no conviene. Eso sí, haciendo cada vez más separaciones y guetos. Tolstoy dijo: «Si todos lucharan por sus propias convicciones no habría guerras» . El mundo de los opuestos está más fuerte que nunca y la sociedad lo sabe, sólo que no interesa reconocerlo. La historia de la humanidad es el segundo que transcurre entre los pasos de un caminante y el instante decisivo de la evolución humana es perpétuo. La vida es una marioneta del tiempo en la medida de que cambia a cada instante. Cambia su mundo interior y exterior de forma que no somos los mismos dos instantes seguidos. Quizás los opuestos algún momento empiecen a reconocerse. Todo será mucho más fácil