
Costa de Buenavista del Norte./HANAH VALENTÍN
El deseo que nos impulsa a abrirnos a la luz, al sol, a la inmensidad es algo que a veces no creemos ni tampoco creamos, por estar sumidos en esa rutina a la que nos hemos habituado. Viajar a Isla Baja, Buenavista, en Tenerife es encontrarse con ese todo basado en el todo y que por desgracia nos cuesta descubrir. Algo tan sencillo como caminar junto al acantilado y dejar que el mar salpique nuestra cara con su sal para hacernos expandir hasta el horizonte todas nuestras sensaciones. Sobre una colcha de algas y de musgos que se despliegan a nuestros pasos contorneando el misterio del mar y haciendo un festón blanco la salada magia de sus olas. Un momento quizás que perdido en el tiempo, en la rutina queda desplegado en nuestra memoria como las alas de una gaviota o la aventura de un hombre pájaro que deambula bajo el intenso azul en Punta Brava, Puerto de la Cruz con la fuerza del viento.