Podría decirse que es la codificación de los poderosos. Trazamos una línea entre los que tienen derecho a que todo les caiga encima y los que están exentos de esas venturas basados en no se que aforamientos y artilugios que ellos mismos fabrican para salir airosos. Se confeccionan leyes siempre a favor de quienes las propugnan y a las que no todos tienen derecho. Existe un desnivel que raya con esa «moralidad oficial» en la que se han colocado todos como si con ellos no fuera la cosa. El verdadero sentido del límite es uno de los valores que esta sociedad ya ha perdido. Hay principios que pueden ser trasgredidos y si lo hacemos perdemos nuestra dignidad como personas. Parece que a base de leña los sentimientos de nuestros gobernantes están sufriendo una pequeñísima transformación, pero todavía se revelan contra las circunstancias que les están haciendo reflexionar un poquito. Degradar a nuestros semejantes a la condición de mercancías es el resultado de no saber romper esa cáscara que recubre la inteligencia y que muchos llevan puesta, manteniéndose alejados de la realidad, y aún así, intentarán convencernos de lo contrario. «No es digno eludir las batallas necesarias; hay que empeñarse en ellas, vayan a ganarse o no».