Creerse niño es la forma más bella de sentirse humano. Sin trapos ni ataduras, sin reclamos ni recelos. Todo es cuestión de estar muy limpio por dentro y con la sonrisa puesta en tu cara. Nada es eterno y menos todavía la existencia, nuestra existencia. Creemos poseerlo todo y al final no nos servirá de nada. Llegó el momento de entonar una nana a esa puesta de sol que nos deslumbra. Bajo las nubes, con un frío mar vestido de gris sobre su cuna y con el abrazo caliente de la costa que le mece. Quizás algún licenciado diría que no es para tanto o que las ha visto mejores. Contradiciendo sus palabras sé que ésta es mía y que jamás habrá otra igual. Lo que sí que es cierto siempre parecerá maravillosa cada vez que la veamos. Porque en la infancia la mejor de las sonrisas es aquella que nos refleja la infinitud del cielo.