Ya lleva horas desde que amaneció en la India. El río serpentea las laderas del Himalaya hasta adentrarse en la ciudad de Agra. Bajo la atenta mirada de un Tal Majal que se enamora de él cada día y bajo la espesa niebla de un frío de enero. El olor rezuma desde sus orillas a modo de afrodisíaco que engulle a mis sentidos haciendo vulnerable frente a su magnitud. Todavía siento mi mirada posarse en sus calmas aguas y la blanca arena que lo enmarca deja las huellas de mi visita. Nada se encuentra pero todo se halla en esa tierra de contrastes, emociones, cultos y esencias. Nada se esconde cuando lo que vamos a buscar se escribía hace mucho tiempo en mis cuadernos. Nada se olvida porque la memoria de las cosas permanece flotante sobre esas aguas que un día contemplaba junto al Taj Mahal bajo la luna.