La vida discurre entre nuestros pasos y se diluye desde nuestras manos como el agua. Nada es más suave y al mismo tiempo tan fuerte como ésta que fluye firme y lentamente con la sabiduría de tener el mismo destino del hombre: el de existir. La ardilla busca su alimento frente a las miradas de muchos que, sorprendidos por el descubrimiento, intentan inmortalizar el momento con su cámara. Momentos que se revalorizan si sabemos hacer de ellos el bastión de nuestra propia existencia. Nada es insignificante para la creación porque de ella se conforman las grandes cosas. Igual que este animal recorre el patio para hacerse con unas semillas y alimentarse, ignorando que toda un mundo fluye a su alrededor pero que sin ella la vida estaría incompleta.