El cisne era un ave consagrada a Apolo como el dios de la música porque se decía que poco antes de morir canta. La carroza de Venus estaba tirada algunas veces por cisnes y Zeus se transformó en este ave para engañar a Leda. Muchas han sido las historias que hemos escuchado sobre este emblemático y elegante animal. Cuando les vemos surcar las aguas tranquilas de algún lago o simplemente descansar en la orilla, nos transportan a esos cuentos y leyendas de los que se convierte en el protagonista. Esta imagen del cisne de piedra me hizo viajar en el tiempo la otra mañana cuando me senté a contemplarle lanzando un chorro de agua por su boca. Su silueta era como ese canto transparente de la vida. Allí estaba, en medio de la Plaza de la iglesia, antiguamente llamada la Plaza de la Pila. Entre flores, dragos, araucarias, elevaba su cuello hacia el cielo como queriendo atrapar el azul de la mañana. 1900 suscribe la época de la coqueta fuente. Y yo recordé muchos tiempos en los que el cisne dibujo en mi imaginación cosas tan bonitas como estas:
“Que signo haces, oh cisne, con tu encorvado cuello
al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
tiránico a las aguas e imposible a las flores? (Los Cisnes, Rubén Darío)