Y miramos el reloj de la Casa Miller, en la Plaza de Santa Catalina, Las Palmas de Gran Canaria. Ahí donde paseaba hace unos días y me embarcaba en los cruceros que hasta el puerto llegaban creados en mi mente. Contemplé a las gaviotas posadas sobre el brazo de una gigantesca grúa y descubrí que las locomotoras asoman sus cabezas por los cristales del Museo Elder sin que casi nadie se percate de ello. Tiempo, que condicionas nuestra existencia sin tener consideración de nada y demostrándonos una y mil veces que tienes razón en todo. Las horas pasan y las tarden se achican en las islas y en todo el planeta, no por eso debemos dejar que se escapen las experiencias de nuestras manos. La vuelta es un camino virgen que ya tiene brotes verdes. Depende de nosotros si ahora, bajo el viejo reloj, no llegamos a ser capaces de diseñar el nuevo camino.