Lejos de toda visión alarmista nos apartamos por unos instantes de la tragedia humana que se vive a diario en el mar Mediterráneo. Cuando vemos a esas personas (los que consiguen llegar sanos) nos damos cuenta del genocidio que estamos volviendo a dibujar en las pantallas del tiempo, de la historia. Concurrir en el mismo mal es demostrar que el hombre no ha cambiado, no ha madurado. Sigue hirviendo la olla del rencor, de la maldad y sobre todo de la inhumanidad que hoy se escribe en correos electrónicos. Con los ojos aterrados y la mirada llena de dolor son rescatados casi muertos y hacinados en campos de refugiados. Digo hacinados porque son muy pocos los que están dispuestos a dar cobijo a esas personas. En el siglo 21 no caben razones para discutir un problema de tal calibre. En la era de las grandes tecnologías no tiene razón cerrar fronteras y aislar al hombre por su condición. Muchos son los que a esta hora estarán comprando una papeleta para subir a una barca, buscando un futuro, una tierra que les dé la opción de vivir en paz. La noche y el mar serán los testigos de su aventura sin garantía de éxito. Al final de todo, en este mundo ególatra y egoísta solo serán la portada de un periódico que nos emocionará por unos días.
Pero mientras haya un niño que intente crear un mundo mejor con sus diminutas manos, habrá valido la pena haber escrito este artículo.