Búhos, esas aves nocturnas que tanto nos han influenciado cuando descubrimos alguno de ellos observándonos desde la rama de un árbol o desde el alféizar de una ventana. Animal de la suerte porque se cree mucho en ellos. En nuestra sociedad existen también los «búhos humanos», esas personas que no duermen por la noche y se encargan de vigilar, de custodiar o simplemente observar. A los que gustan mirar por las ventanas y descubrir algo insólito en el edificio de enfrente haciendo de ello carne de una novela. En esas vidas que dedican a su tiempo y su vida en labores de rescate, de ayuda humanitaria. Tal vez no nos hayamos parado a pensar en ellos de una forma bien distinta a la que nos tienen acostumbrados. Ese animal que apenas duerme y que con sus garras permanece horas y horas aferrado a la rama de un árbol nos asusta y nos conmueve por su serenidad y paciencia. La noche es quizás en escenario más perfecto de la creación porque en ella no nos sentimos influenciados por otras tantas cosas volátiles que nos rodean y nos confunden. Todo es silencio observación y a su vez mucha imaginación. En su libertad está la receta más sublime a la vez que más didáctica.