«Soy como la noche; callada, profunda, horizonte. Soy como las estrellas; incertidumbre, lejanía, destello» Un alto en el camino es como esa aventura inacabada que nos coloca el lápiz entre los dedos y no insta a garabatear el lienzo en blanco de nuestra historia. Pero hay que saber parar, no tratar de atraparlo todo en marcha, sin la suficiente concentración y expansión de nuestra ideas. Parar es sinónimo de reflexión, de autocrítica y de deseo de alcanzar esa línea que nos conduce y nos marca la distancia. Invisible como certera atraviesa el vacío entre nosotros y ese deseo de llegar, de promover o de producir. Ese enclave misterioso que no une y nos separa. Pararse un instante es la mayor posibilidad que podemos dar a nuestra existencia para seguir avanzando a paso ligero. ¿Cuántas cosas nos perdemos si no somos lo suficientemente inteligentes de girar la mirada hacia arriba? Somos esclavos de la rutina y nos desgastamos inútilmente forjando expectativas diversas para no cambiar nuestro camino. Decepcionante. El telar de nuestra vida es como esa paleta en la que todos los colores son necesarios para concluir una obra.