Desde el cielo nos miró la luna. Medio escondida entre la gigantescas ramas de aquel pino que atravesaba la ermita. Como imágenes fantasmagóricas susurraban sobre nuestras cabezas en una tarde de julio recién estrenado. Días de calma y de siesta donde el canto de las ranas se escurre entre las grietas de alguna charca cercana y el vientecillo de las cumbres hace volar nuestros sueños. Sueños de antaño que aún hoy persisten en mi memoria y que a pesar de muchas lunas como esta se renuevan en utópicas fantasías por reencontrarnos con aquellos olores a huerto, sonidos de mar y tardes de reuniones familiares. Cuando aún las calles carecía de asfalto e iluminación siempre había prendido ese farolillo que daba toda la luz del mundo sobre nosotros.
Y la verdad, ¡es que éramos inmensamente felices.!