Las ventanas dicen mucho de las ciudades y de los pueblos. Cuanto más rurales son más trabajadas están. Contienes mucha historia y van experimentando un cambio a través del tiempo y de quienes las contemplan. Hoy en día el diseño se ha impuesto al margen de la creatividad y de la idiosincrasia de sus habitantes. Líneas con el sello propio del autor pero sin la esencia de quienes habitan dichas casa. ¡Qué pobre se ha quedado el mundo por esa falta de diferencia entre las costumbres de un pueblo y de otro! Y es que a través de ella podemos aprender de quienes has habitan. Ese «Barrio Rojo de Amsterdam» donde sus ventanas llevan sus espejitos incorporados para saber quien está ahí afuera y desde donde las cuales muestran un abanico de atractivos para visitantes y curiosos. Las ventanas de madera del Los Pirineos que herméticamente funden con el paisaje la soledad de sus montañas. Y las ventanas de las islas, con su amplia sonrisa cuadriculada y transparente que a través de sus visillos dejan entrar al sol cada mañana o mantener la luminosidad de sus interiores alrededor de sus patios. Esas expresiones de cultura de esencia y de locuacidad de los pueblos que rubrican la importancia de mostrar al mundo su historia y sus costumbres.