Es el mismo mar abriendo sus fauces para robar a la roca ese espacio vulnerado. Como gigantes de piedra engullen todo aquello que emerge y que confunde. Que atrapa y que enamora porque es de él y nadie puede arrebatarle lo que el mismo ha creado. Entre las grietas subyace la vida, los peces y las algas intentan sobrevivir a la confusión que el hombre ha propiciado haciendo una vez más valer su poder de conquista sobre la naturaleza. En esa melancólica vulnerabilidad de la costa se fermenta una vez más el aullido silencioso de la orilla que es arrebatado por el viento. ¿Quiénes somos los hombres para suplantar los designios de la propia naturaleza? Quizás algún día tengamos respuestas más concretas, solo que ya podría ser demasiado tarde.