Desde aquel patio en la sombra extendías tus manos a modo de plegaria. Insinuándote a nuestros ojos e intentando que nos compadeciésemos de ti. Por tus venas corre la sangre de ese dragón que llevas dentro y que se enfurece cada vez que te sientes atrapado. ¡Cuantas cosas anhelas ver desde esa celda a la que estás condenado a vivir, a reproducirte y tal vez a morir. Me sobrecogías cuando me mirabas y desde la tristeza vieja de tu rostro cansado y gris emergía un paisaje en mi memoria que me recodaba las verdes planicies bajo el sol donde tu extraña y sorprendente belleza es digna de cualquier vestigio de admiración y de respeto. Foto: Drago en el patio del Museo arqueológico de Gáldar , G:C.)