Todo en la vida requiere de su momento. No por mucho que queramos avanzar llegaremos antes a nuestro destino. Hoy la sociedad vive a una velocidad vertiginosa y hace que nos perdamos tantas cosas, que al final nos quedamos con ese vacío de proceso, de creatividad y de dedicación que las buenas cosas de la vidas nos regalan. Adelantamos los nacimientos humanos casi sin justificación, negando un proceso maravilloso como es «dar a luz» y la posibilidad de vivir ese momento con toda su esencia. Viajamos por el mundo y queremos controlar a los del otro lado con nuestras técnicas de comunicación más avanzadas. Ya no esperamos ese momento del encuentro, de regreso para comentar y reír contemplando las imágenes de nuestras experiencias. Hemos perdido el valor de la conversación entre las familias que a la hora de reunirse junto a la mesa devoran los alimentos y se marchan a toda prisa sin motivo aparente. No tenemos tiempo para nada y tampoco para nadie. Vivimos como aceleradores de un mundo sin metas justificadas porque las vamos perdiendo por el camino. La soledad invade a nuestra civilización de un modo trepidante ya que nadie es capaz de esperar por nadie. La vieja tortuga camina despacio por su terreno y sabe que llegará, aunque sus cortas patas le digan lo contrario y su enorme casa no le deje avanzar. Tomará su tiempo y «despacito» llegará. ¡Vamos si llegará!