Nada es tan difícil como no engañarse a uno mismo. Existir es una cosa y ser percibido es otra bien distinta. Pasamos por este mundo sin apenas darnos cuenta de que este mundo existe y que somos y formamos parte de él. Tratamos de alcanzar nuestros sueños a base de comprarlos y no de llegar a ellos con las vicisitudes  y los contratiempos que muchas veces se nos cruzan en el camino y los hacen más interesantes el llegar a ellos.  Parece que todo está a nuestro alcance y nos encontramos a años luz de conseguirlos. El magnetismo de la vida, es esa corriente que nadie ni nada puede frenar o desvirtuar. Los lazos entre las personas son el engranaje del aprendizaje y la evolución que todos tenemos que seguir durante nuestra vida. Atracción o rechazo es lo realmente cierto en las relaciones humanas para que ese proceso sea o de lo contrario estaríamos aislados los unos de los otros. Esos momentos atrayentes de nuestra existencia como el de la madre con su hijo, el de la atracción entre las personas, el sexo, los proyectos comunes, las aficiones hacen del ser humano un encaje de fuerza, instinto, renovación y aventura que lleva al individuo a crear un futuro o  a propiciar una cultura, un saber y un adoctrinamiento de evolución para el mundo. Pero tal vez nos estemos apartando un poco de todo este mensaje ensoñador que ya poca cabida tiene en nuestra sociedad actual. El respeto, la educación, los valores y los sentimientos están formando ya parte de esas exclusividades que, si no ponemos un poco de empeño, irán desvaneciéndose en el tiempo. La vida nos es ya lo preocupante porque nos tomamos las noticias como algo de coser y cantar. Las pérdidas humanas invaden nuestros noticiarios y a los pocos días todo queda olvidado. Estamos tan obcecados en avanzar sin darle importancia a lo realmente importante; ese magnetismo que nos une al universo de las cosas y  que la humanidad ha extraviado en alguna estación sin nombre y que habría que tener más en cuenta. Sin ella no hay nada.