El arte del mural es bien poco conocido y muy complicado. Dar el realismo exacto a las numerosas escenas que se representan hace del pintor un ser extraordinariamente sensible y preciso. La bella ciudad de Lyon es muestra directa de este arte en sus fachadas. La perspectiva, el encuadre, la distancia y la realidad implícitas en cada una de sus figuras y detalles lo hacen único y llamativo. Es como la representación teatral del mundo, de la vida y de sus ciudades. Un encuentro con nuestras sociedades y también con todo aquello que resurge día a día desde el sentir y desde el crear. La comunión con lo natural que hace de cada detalle el punto de encuentro entre lo que somos y lo que realmente hemos sido. Un roce fugaz de ese laberinto que nos engulle y nos condiciona; la propia existencia. Lo demás será como el adorno perfecto en la fría pared.