La sociedad se ha instalado en una especie de miseria personal donde la calidad de las personas nos resulta a veces sospechosa. Subir es el deporte por antonomasia que se impone en casi todos los ámbitos. Ganar a costa de lo que sea. Sin importar consecuencias y haciéndonos reyes sin patria a la menor de cambio. ¡Como nos cuesta tener que bajar!, cuando ya estamos tan a gusto disfrutando de unos placeres adquiridos (no siempre legalmente) para convertir nuestra vida en ese paraíso soñado pero no real. En la vida hay muchas escaleras que se suben con facilidad. Otras nos imponen mayores esfuerzos pero al final lo conseguimos. Luchar contra una escalera es tarea de sabios y no de cómodos, porque estos últimos ascienden sin darse cuenta ni de los escalones que han tenido que sortear. En esta tragicomedia que vivimos hoy en casi todos los ámbitos salen a subasta las mayores locuras que nos llevan las manos a la cabeza. Esa miseria material es indigna a la condición humana y es función del Estado solucionarla. Pero en éste también existe la miseria humana o personal, donde la carencia de sentimientos infravalora la acción de los mismos haciéndonos a todos víctimas de tan deleznable enseñanza. Subir con y no a costa de los otros. Bajar hasta donde la horizontalidad de lo precario es el fruto de nuestras acciones y desde donde puede crecer la calidad de las personas.