Parece que no nos ve y sin embargo se da cuenta de cuando nos aproximamos a ella. Se encoge y se arremolina junto a nuestros dedos. Entre ellos se desdibuja creando un paisaje de nítidas apariencias que juega con la luz. Su fresco beso se apodera de cada instante y no permite que la encarceles para ti sola. Siempre encontrará grieta por la que escaparse. ¿No ve?, claro que nos ve, y también nos reclama. Nuestra mirada cae presa de su encanto cuando la deseamos para saciarnos de su frescura. Una plaza, un jardín y por supuesto esa fuente que realza el entorno y nos hace partícipes de ese bello boceto donde la vida sigue y su voz canta.