Israel es un país de enorme atractivo histórico. El lugar del mundo donde confluyen diferentes credos y a pesar de lo que digan enamora. Con una superficie de 22.000 kilómetros su capital está en Jerusalén. Patrimonio de la Humanidad y una de las más antiguas del mundo, también considerada «Ciudad sagrada». Situada en el extremo oriental del Mediterráneo al suroeste de Asia. Las primeras reseñas que tenemos de Israel derivan de la Biblia. Sus áridas tierras dominan la mayor parte de su pasaje y las cordilleras y valles del Jordán tiene la menor altitud de toda la tierra. A todo esto no debemos de olvidar el desierto de Néguer un combinado de montañas al noroeste de Israel.
Su capital Jerusalén es la más poblada. Donde nada se pierde y todo se reconstruye en ese sentir religioso y profundo que lo hace singular y discreto. Recoleto y suspicaz. Eterno pero palpable entre sus gentes, sus tierras y sus transcendencias culturales y religiosas. Es como esa esquina de mundo que sirve de referente a la Humanidad, en donde todo renace y donde todo confluye. Sumergido entre sus llanuras o precipitándose entre sus montes de simbólica belleza hasta besar las cálidas aguas del Mediterráneo que le presta su azul turquesa. Todo ello conformado en un abanico con un mismo punto de confluencia D-os.
Entre la sonora mirada de sus mezquitas y la silente memoria de sus templos cristianos se escribe a diario y dese el comienzo de los tiempos la idiosincrasia de una país que compagina el color con el respeto y donde aún hoy la Humanidad no conoce bien. Sus amaneceres con el saludo a la vida desde la Torá y los ocasos con el despertar de las estrellas al finalizar el Shabat. Frente al Monte del Templo, sitio del Muro de Los Lamentos y del Duomo de la Roca, santuarios del judaísmo y del islam encontramos el principio y el fin de toda existencia.